Feminización de la pobreza

Las mujeres representamos un porcentaje desorbitado de la pobreza en el mundo, somos el 70% de los 1.400 millones de personas que vivimos con menos de un euro al día. Así que se puede afirmar que somos pobres por ser mujeres, que la pobreza es una expresión de la violencia estructural que vivimos las mujeres en todos los ámbitos de nuestras vidas, público y privado. Este empobrecimiento material de las mujeres (vivimos con menos dinero), conocido como feminización de la pobreza, tiene una relación directa con las condiciones de vida y el acceso y ejercicio a los derechos fundamentales; las mujeres vivimos peor y somos discriminadas por ser pobres.

En el siglo XIX la necesidad de mano de obra facilitó la incorporación de las mujeres al mundo laboral formal. Sin embargo, esta entrada masiva no se correspondió con unas condiciones igualitarias; las medias jornadas laborales, los contratos de carácter temporal, las tasas de desempleo y la discriminación salarial son condiciones que las sufrimos sobre todo las mujeres. Así que acabamos teniendo peores condiciones laborales y peores sueldos, hechos que repercuten en nuestras prestaciones (bajas, jubilación). Además que seguimos a cargo del trabajo reproductivo y de cura, todavía sin reconocimiento social y económico.

Si bien podemos decir que la pobreza afecta más el género femenino, sabemos que ésta no es homogénea, ya que nos afecta a cada una de manera diferente, porque no todas hemos nacido en el mismo lugar ni bajo las mismas circunstancias. Es decir, el género se cruza con otras dimensiones de desigualdad, como son el origen, la situación administrativa-legal, la edad, el proceso migratorio, la monomarentalidad, entre otras.

Un 83% de las familias monoparentales en España somos mujeres, somos las que mayor riesgo de pobreza laboral tenemos de entre todos los tipos de hogar. La discriminación que sufrimos como madres solteras, la dificultad que nos encontramos para encontrar trabajo o las condiciones en las que se nos ofrecen, nos empuja al límite de la pobreza, arrastrando a nuestros hijos e hijas con nosotras.

Cuando vivimos en un contexto donde sufrimos violencia de género en el ámbito de la pareja, la pobreza se feminiza aún más debido a que el dinero sigue siendo un mecanismo de control y de sometimiento; a menudo nos encontramos con una fuerte dependencia económica relación al agresor.

Las políticas de austeridad llevadas a cabo por nuestros gobiernos han conseguido continuar con las jerarquías de género, consiguiendo que la mujer siga estando oprimida.

Necesitamos una profunda reflexión y crear unas políticas públicas que pongan a la mujer en primer plano y propongan acciones que rompan con las estructuras establecidas.