En los últimos años hemos observado un importante aumento de las denuncias en los casos de violencias de género. Los crecientes movimientos de apoyo y espacios de soporte entre mujeres, así como el uso de las redes sociales como herramienta de activismo, son algunos de los responsables de esos números. En el año 2018, por ejemplo, el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) registró tanto un mayor número de denuncias, como de condenas y de órdenes de protección para las víctimas de violencia machista, números que pueden representar una pequeña victoria del movimiento.

Reconociendo la importancia de estos datos, desde SIEMPREVIVAS proponemos una reflexión más amplia sobre lo que puede pasar con las mujeres después de presentar estas denuncias. Esto porque, en nuestra plataforma, solo en los meses de verano de 2019, casi 95% de las consultas realizadas fueron sobre la posibilidad de ‘retirar’ una denuncia de violencia de género. Los datos oficiales del CGPJ también destacan un aumento en el porcentaje de víctimas que se acogió a la dispensa de la obligación de declarar como forma de no seguir con la acusación- es decir no seguir adelante con la denuncia-, lo que sugiere que junto con los aumentos positivos de las denuncias, también se incrementan las dudas de seguir con los procedimientos judiciales.

Desde las experiencias compartidas por las mujeres víctimas de violencia y las resistencias de su entorno, podemos afirmar que hay un cierto desconocimiento general sobre lo que puede suceder después de la denuncia. No hablamos solo del desconocimiento de las duras etapas del procedimiento judicial, sino de toda la carga psicológica y emocional que puede vivir la mujer en estos momentos, independiente de su grado de empoderamiento o conocimiento de las violencias machistas. Más allá de las amenazas y el miedo a represalias por parte del agresor, hay elementos mucho más complejos que nos hacen dudar si estamos o no haciendo lo acertado.

El mandato emocional social de cuidado y crianza que nos sitúan desde muy jóvenes en nuestra sociedad patriarcal, ejerce un papel crucial en estas situaciones de violencia. La culpa – que suele surgir con frecuencia en eses escenarios – también está directamente ligada con un supuesto control que nosotras mujeres creemos tener sobre las actitudes de las otras personas. Somos las responsables de vestir la ropa correcta para que no nos abusen, de no caminar en determinados sitios para no sufrir violaciones, de actuar de determinada manera para que nuestros hombres no nos dejen o no nos maltraten.

Es importante volver la mirada para la complejidad de la problemática de la violencia, que revela conductas sociales más profundas en la manera como nosotras mujeres nos percibimos y somos percibidas por el mundo.

Es crucial seguir exigiendo una mejora en la formación de los profesionales y en la eficacia de los instrumentos jurídicos que trabajan por erradicar la violencia machista. Pero es imprescindible entender que el derecho penal no es una herramienta de enseñanza social, sino que actúa como reflejo de la sociedad tal como está y necesita estar acompañado de otras políticas públicas para llevar a cabo un real cambio social.

El apoyo a la mujer víctima de violencia que entiende la denuncia como principal objetivo o como un termómetro de éxito en la lucha contra el patriarcado, necesita de una profunda reflexión sobre el mundo real de las violencias y sus ramificaciones

Necesitamos volver a escuchar a las mujeres y sus vivencias, sus circunstanciales emocionales y vitales, pero sobre todo, seguir reflexionando desde los diferentes puntos de vista feministas qué mecanismos de respuesta tenemos cómo sociedad frente a las violencias machistas y la efectiva protección y libertad de las mujeres.  

Nos queda una tarea pendiente: hablar más sobre lo que pasa después de la denuncia.