Desde Siemprevivas y como mujeres profesionales que trabajamos con mujeres, durante muchos años hemos escuchado y recogido los malestares físicos y psicológicos de mujeres que han sufrido violencia machista (VM), llegando algunos a convertirse en enfermedades y/o dolores crónicos. Observar que los dolores o las enfermedades eran similares en muchas de las mujeres, nos ha llevado a hacer esta búsqueda bibliográfica.
La VM no solo es pasado y presente en las mujeres, hemos detectado estudiando la bibliografía, que la violencia deja huella a medio y largo plazo, provocando secuelas importantes y también graves, una vez cesada. Este impacto causado por la violencia vivida nos obliga a hacer una reflexión crítica sobre cómo nuestras políticas y sistemas de salud abordan este problema, o más bien lo ignoran, acotando el acompañamiento y soporte profesional a un período limitado que no atiende a las consecuencias que las violencias sufridas a medio y largo han ocasionado en las mujeres.
Las violencias a las que están expuestas las mujeres pueden tener efectos devastadores de manera inmediata y visible, que son las consecuencias en la salud que reciben atención. Estos efectos pueden ser evidentes, como la pérdida de audición por un golpe, fracturas u otras lesiones físicas, con sus consiguientes limitaciones de funcionalidad.
Las violencias también pueden tener efectos inmediatos en esferas más amplias de la salud: en la salud sexual, y relacionado con la violencia sexual, las mujeres pueden presentar lesiones agudas como desgarros vulvares o vaginales, hemorragia genital y enfermedad inflamatoria pélvica, como consecuencia de la mayor exposición a infecciones de transmisión sexual, con las consecuencias graves en salud que ello conlleva.
En el ámbito de la salud reproductiva, además del mayor número de embarazos no deseados, la bibliografía constata que el embarazo puede ser un momento de inicio de violencia y de mayor vulnerabilidad a la misma, con un aumento de la incidencia de abortos, desprendimientos de placenta, amenazas y partos prematuros, recién nacidos con bajo peso, con las consecuencias en morbimortalidad materno infantil que todo ello supone.
Finalmente, en la esfera de la salud mental encontramos evidencia de la presencia del Trastorno Depresivo o Trastorno de Estrés Postraumático como alteraciones evidentemente vinculadas a la violencia en fase aguda.
Sin embargo, también hay consecuencias a medio y largo plazo que no son atendidas con el mismo prisma de la VM y que son sumamente importantes para la recuperación física y mental y para tener una buena calidad de vida.
Por un lado, investigaciones muestran como las mujeres que han pasado por la VM tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollar enfermedades crónicas del ámbito cardiovascular (hipertensión), del endocrino (diabetes tipo 2), alteraciones gastrointestinales y diversos trastornos autoinmunes y neurológicos como pueden ser migrañas, fibromialgia o dolores musculares crónicos, así como asma o incluso a desarrollar cáncer. Además, la evidencia científica vincula la VM con alteraciones crónicas en la esfera de la salud sexual y reproductiva, como la pérdida de deseo sexual, la dispareunia y el dolor pélvico crónico, los trastornos menstruales (con dismenorrea crónica o alteraciones del sangrado menstrual). Finalmente, también presentan mayor probabilidad de realizar un consumo elevado de alcohol u otras drogas.
En relación con las secuelas psicológicas a medio y largo plazo, se describen muchas, tanto trastornos de personalidad como trastornos depresivos, de ansiedad, por estrés postraumático, trastornos esquizofrénicos, bipolares, de conducta alimentaria, problemas de sueño, incluso el suicidio. A todo esto, debemos sumar aquellas consecuencias imperceptibles por los profesionales, como son la rabia por lo vivido, la dependencia emocional, baja autoestima, las conductas evitativas, el aislamiento o las dificultades para generar relaciones afectivas.
Estos problemas de salud no son una coincidencia; son una respuesta fisiológica al estrés crónico y a la ansiedad perpetua que estas mujeres han vivido.
Frente a estas realidades, resulta alarmante que el sistema de salud aborde las consecuencias a medio y largo plazo de manera inconexa o se atribuyen a causas incorrectas. Por ejemplo, el dolor crónico y los trastornos gastrointestinales son tratados con únicamente con medicamentos que solo alivian los síntomas de manera temporal, sin abordar el origen real del problema: las violencias sufridas. Este enfoque es ineficaz y también profundamente injusto.
Encontramos dos evidencias claras, la primera es que la VM tiene un impacto devastador en la salud física y mental de las mujeres, y la segunda es que el sistema de salud pública no está preparado para enfrentarlo de manera adecuada actualmente. Se debe incorporar una mirada específica sobre las dolencias y malestares con perspectiva de género que permita un diagnóstico adecuado de las consecuencias de las violencias, evitando así la cronificación y la medicación o sobremedicación como única respuesta.
Desde Siemprevivas reclamamos un programa preferente para la atención de estas consecuencias a medio y largo plazo, que no dependan únicamente de las entidades del tercer sector, generalmente con pocos recursos, sinó de la administración que debe dotar al ámbito público de estas atenciones profesionalizadas y estandarizadas que puedan sostener y reparar el daño ocasionado por las violencias machistas.