De la sumisión y el sacrificio al valor personal y la libertad
Los estereotipos de género y los mandatos que hay en torno al rol de las mujeres en nuestra sociedad incluyen como valores la SUMISIÓN (en forma de docilidad, fragilidad, pasividad, etc) y el SACRIFICIO (la entrega al otro).
Estos estereotipos, además dañar la propia autoimagen, son los responsables de alimentar la violencia de género, las conductas agresivas, abusivas y/o de control/imposición y refuerzan la victimización.
A las mujeres se les niega su propio bienestar y se les supone abnegación que implica aguantarlo todo, por el bienestar de la familia, para que haya tranquilidad en la casa, visibilizándose en segundo término, anteponiendo las necesidades de los demás, de la pareja, de los hijos e hijas, de los padres, a las propias. Así, poco a poco, acaban depositando la autoestima a los demás más que en sus propias capacidades, valorándonos según como nos valore el otro. ”Él me dice que no sirvo para nada, que lo hago todo mal”
Vivimos desde la exigencia de cumplir con las expectativas y roles de género según las cuales una mujer vale en la medida que cuida y se sacrifica por los hijos, por la pareja, por todo el mundo.
Estos estereotipos de sumisión y sacrificio son interiorizados por las mujeres asumiéndolos como propios. Así cuando una mujer es agredida, su propia energía de supervivencia que la llevaría defenderse y a poner límites, queda bloqueada, congelada y sin respuesta.
Algunas mujeres dicen “estoy confusa, ya no se ni lo que quiero, ya dudo de todo”. Otra dice “Ante los golpes, los insultos no hice nada por miedo, por mis hijos, no lo quería lastimar, no me defendí por miedo, pensaba que sin el yo no podría seguir adelante”
La duda, la confusión, el miedo también es un bloqueo que nos atrapa para no actuar, para no sacar la fuerza, para no poner límites, en definitiva para no transgredir estos mandatos de género.
Y en vez de lanzar esta energía hacia el agresor, hacia afuera, poniendo límites, ésta queda retenida dentro, convirtiéndose en auto ataque, en auto agresión. Y una empieza a insultarse, a desvalorizarse (no valgo para nada, soy un desastre…), a culpabilizarse (todo lo hago mal, si hubiera hecho esto, no hubiera pasado…) y a hacerse pequeña, perdiendo poder.
Esta energía o tensión emocional también queda retenida en el cuerpo, apretándonos, tensionándonos, causando síntomas (migrañas, bruxismo, ansiedad, depresión, problemas gastrointestinales, dolor difuso, etc) que se manifiestan en el cuerpo en busca de una salida.
Hay una salida, que empieza por reconocer cómo influencian en mi todos estos mandatos de género, así como por empezar a dedicarme un tiempo y un espacio para mí y escuchar mi propia voz, mis propias necesidades, escuchar mi cuerpo, plantarme sobre mis pies, poner límites en mi pareja y reconocerme como alguien valiosa y capaz de salir adelante.