Laila Serroukh es una más entre las mujeres que han sido rechazadas en procesos de selección laboral por el hecho de llevar un hiyab. «Los clientes no quieren tratar con personas como tú», le dijeron desde la empresa donde postulaba, a finales del mes pasado. En el siguiente video, nos cuenta brevemente su historia.

La islamofobia de género es un fenómeno muy extendido en la sociedad occidental. Es un término que hace referencia a actitudes racistas y islamófobas que se mezclan con los discursos misóginos que recaen sobre los cuerpos de las mujeres musulmanas, y que generan una forma de discriminación muy particular. La presencia de este doble eje de discriminación afecta a la vida de las mujeres musulmanas en términos sociales, laborales y económicos, como se puede observar a través del ejemplo de mujeres como Laila.

La islamofobia de género ha permeado muchos sectores de la sociedad, incluyendo algunos feminismos, lo que implica que ciertos discursos procedentes de los feminismos blancos acaban siendo opresores. Los relatos que afirman que el uso del hiyab es intrínsecamente machista y que critican su uso per se, olvidando el contexto y la finalidad con la que es utilizado, acaban convirtiéndose en cierta forma de violencia y de no reconocimiento de los feminismos islámicos.

El hiyab es un elemento cultural que puede ser, efectivamente, opresor, pero que también puede ser utilizado por voluntad propia o por reivindicar una determinada identidad cultural en un contexto de opresión, como en el caso de Laila. El problema no es el uso de determinadas vestimentas, sino la libertad con que se han elegido, el significado que se les otorga y cómo se las reinterpreta. Es algo comparable al uso de los tacones o del maquillaje en occidente. Como afirma Asier Santamari(c)a, «Muchas feministas me dicen que los tacones son intrínsecamente cosificadores y opresivos. A mí, como maricón, me empoderan».

Por ello, es imprescindible que incorporemos la perspectiva interseccional a la hora de leer situaciones cotidianas, y que revisemos el machismo y el etnocentrismo de nuestro discurso, si queremos contribuir a la mejora de las condiciones de vida de las mujeres racializadas en nuestro entorno. Para más información, podéis consultar el siguiente enlace.